martes, 29 de mayo de 2007

Excursión al Campo (3)

A veces me pregunto si mi problema es que he dejado de comprender a las personas vivas. ¿Por qué mis compañeros de excursión marchaban tan animosos? No paraban de alabar las bondades del aire puro y la belleza del paisaje. Incluso el tonelero, cuya figura recuerda claramente la forma de los productos que fabrica, caminaba en el grupo de los que abrían la marcha y no paraba de hacer chistes malos con su vozarrón, que retumbaba en nuestras cabezas incluso cuando desaparecía tras un recodo del camino. Su mujer, aunque sudaba como si se hubiera sumergido en el río con todas sus ropas, mostraba la mejor de sus sonrisas, como queriendo demostrar que se lo estaba pasando en grande. Hasta le quedaban energías para reír de vez en cuando de los chistes de su marido. Lugdvig y Martina caminaban juntos. De vez en cuando, el aprendiz de herrero le tendía la mano a la aprendiz de bruja para ayudarla a sortear un tronco o un arroyuelo. Lo observaban todo con detenimiento y hacían comentarios eruditos para tratar de impresionar al otro. La mayor parte de las veces los comentarios eran erróneos. Lugdvig encontró una gran roca de cobre virgen, que en realidad era basalto y Martina recogió algunas plantas con propiedades medicinales que no eran más que hierbajos sin uso. Les corregí un par de veces. Después de eso comenzaron a mirarme con furia y retrasaron su marcha para no tener que caminar a mi lado. No le di demasiada importancia. Al final no dejan de ser un par de chiquillos que no saben ni limpiarse el culo. Aunque el culo de la Martina… si pudiera, ya la pondría yo a recoger hierbas del campo.
En fin, todos hacían lo indecible por demostrar lo felices que estaban de poder gastar sus energías y sus zapatos en las laderas del monte. Entretanto, yo había derramado todo el vino de mi cuerno, y no veía la hora de parar para volver a llenarlo. Después de bajar hasta el río habíamos vuelto a subir por un camino cada vez más pedregoso e intransitable. Mientras peor era el camino, más excitados estaban mis compañeros de viaje. Llegué a pensar que había ingresado por error en un club masoquista. Tres horas después de haber partido del pueblo, llegamos a un claro donde el Herrero declaró que pararíamos para comer algo. Al fin pude beber tranquilamente un par de cuernos de vino. Maximio y Girardo, el sobrino idiota del tonelero se sentaron cerca. Hablaban entre sí a gritos y reían a carcajadas que interrumpían sus propias frases. Comencé a sospechar que habían estado bebiendo de mi vino a espaldas mías. Aún así, le ofrecí un cuerno a cada uno. Los demás también bebieron. Todos menos Martina que lo rechazó mientras decía algo acerca de no sé qué “locura voluntaria”. Esa chica realmente está mal de la cabeza. Espero que no aprenda demasiadas artes de hechicería. No quiero ni pensar en tamaño poder en manos de una desequilibrada.
Confiaba en que el vino frenaría las ansias excursionistas de mis compañeros, pero fue en vano. No habían pasado siquiera veinte minutos y ya estábamos en marcha de nuevo.

lunes, 28 de mayo de 2007

Excursión al campo (2)

Ayer desperté más temprano que nunca. El Herrero me había dicho que si llegaba tarde no iban a esperar por mí. Llegué un poco antes de las nueve. Maximio cargaba una barrica de vino de unos veinte litros de vino. El vino tiene la ventaja de que puede beberse incluso caliente. Si no, hubiera traído cerveza. La cerveza me produce alucinaciones más benignas.
El Herrero apareció a las nueve y doce minutos. Luego llegó Lugdvig, su aprendiz. Más tarde, Martina, la aprendiz de bruja y finalmente el tonelero, su mujer, su prima segunda y el sobrino medio idiota. Estuvimos un rato esperando a alguien más, pero al final, el Herrero inició la marcha a las diez y media.
Salimos del pueblo en dirección a la Roca del Sacrificio, torcimos a la derecha y comenzamos a bajar la cuesta. Era curioso: íbamos “a la montaña” y sin embargo no hacíamos más que bajar. El camino se hizo cada vez más estrecho, hasta que se convirtió en un sendero sombrío. El sonido de los riachuelos se intensificaba mientras bajábamos, haciéndonos adivinar una corriente mayor en el fondo del valle.

Después de media hora de camino llegamos a un claro junto a un río de aguas tranquilas y profundas. Yo realmente ya estaba hasta las narices de tanto caminar. Así que me alegré cuando paramos. Era un buen lugar para pasar el día bebiendo y dormitando. Incluso se hubiera podido pescar si hubiera traído el equipo. Me eché en la hierba y le pedí a Maximio que me sirviera un cuerno de vino.
Los demás se sentaron en troncos caídos y piedras. Algunos bebieron agua del río. Pero no había podido ni mojarme los labios con el vino cuando el Herrero ya nos estaba agitando para proseguir camino. ¿Qué mosca le habría picado? ¿No era ese lugar tan bueno como cualquier otro para pasar el día?
Lo sorprendente es que nadie protestó. Parecía como si aquello fuese lo más normal del mundo. Todos se levantaron y emprendieron la marcha. Tuve que seguirlos con el cuerno en la mano, derramando vino por todas partes cuando me enganchaba con las ramas.
Otro día os contaré lo que vino después. Pensaba terminar este post en un rato pero me duelen todos los huesos, especialmente los de los pies. Y menos mal que ya no tengo músculos, tendones, ni esas cosas que suelen doler en estos casos… No tengo energías ni para bajar al bar. Le diré a Alfredus que me traiga un par de pintas de cerveza para pasar el resto de la tarde. Estoy destrozado.

Excursión al campo (1)

El sábado por la noche estaba tomando unas cervezas con el Herrero y otros dos vecinos y me invitaron a una excursión a la montaña. Este pueblo ya está en una montaña. Pero cada vez que sus habitantes hacen una excursión por los alrededores dicen que van “a la montaña”. Los domingos son muy aburridos en este lugar perdido. La mitad del pueblo está en alguno de los templos, rindiendo su absurdo culto a sus no menos absurdos dioses (otro día hablaré de las religiones y los dioses que se adoran por aquí). La otra mitad está durmiendo la resaca, y los restantes se van “a la montaña”.
Una de las pocas ventajas que tiene el no estar vivo, es que por mucho que bebas la noche anterior no tienes resaca al día siguiente. Las desventajas aparejadas a esta ventaja son, que tu paladar no distingue entre un vino “Chateau le Dragon Roldan” de 1291 y una cerveza agria caliente, te emborrachas de una forma extraña y desagradable, y al final de la noche sueles ver cerdos gigantescos que tratan de devorarte y otras alucinaciones variadas. Aunque podría ser peor, podrías no emborracharte siquiera.
Volviendo al tema de los domingos. Los domingos suelo levantarme temprano y cada hora se convierte en una tortura. Si bajo al bar, no hay nadie. Si doy un paseo por el pueblo, todo desierto. No sé cómo pasar los domingos. Siempre termino comprando una barrica de cerveza, la subo a mi habitación y empleo mi tiempo en observar lugares, personas y pensamientos lejanos en la bola de cristal que encontré en Stranis. Al final, vuelvo a alucinar con los cerdos caníbales y me duermo con la sensación de haber perdido el día miserablemente.
Por eso acepté la invitación del Herrero. No quería pasar otro domingo aburrido y vacío. Quedamos en encontrarnos a las nueve de la mañana junto a la fuente de la Plaza. He dicho que los domingos me levanto temprano, pero estar listo a las nueve de la mañana es demasiado, incluso para mí. Traté de atrasar la hora, pero el Herrero fue inflexible: “solemos salir a las siete” dijo.
Me costó encontrar un sirviente que cargara la barrica de vino que pensaba llevar a la excursión. Alfredus tiene los domingos libres y no quiso ni oír hablar del tema. Está liado con una criadilla del hidalgo y aprovecha los domingos para fornicar en el bosque. No lo critico. La chica está muy bien: jovenzuela, de piel suave y tetas redondas, puntiagudas. Yo mismo, si estuviera vivo, también iría los domingos al bosque con ella.
Al final contraté a Maximio, un chico grandote y simplón (creo que algo de sangre de ogro corre por sus venas), por el salario que le pago a Alfredus durante una semana. No logré regatear ni un céntimo. En este pueblo, lo del domingo es demasiado.

jueves, 24 de mayo de 2007

Pasado

A veces me pregunto: “¿cómo cojones he terminado viviendo en este puto pueblo?”. Las cosas eran distintas cuando yo estaba vivo. O cuando estaba más vivo que ahora. Porque, entendiendo la muerte como la no-existencia, sigo estando vivo. No soy incorpóreo, como un fantasma. De hecho los fantasmas y yo no nos llevamos muy bien. Tampoco me considero un zombi, Los zombis suelen ser cuerpos semi-animados y putrefactos, casi sin voluntad ni discernimiento propio. Yo tengo una vida espiritual mucho más rica. Incluso tengo un blog.
Hubo una época en la que todo era distinto. Acababa de cumplir los 37 años, estaba en la cúspide de mi carrera, tenía clientes de todas partes que se disputaban contratar los servicios de mi compañía. Nadaba en dinero. Tenía la mejor comida, la mejor bebida, las mejores drogas, y las mejores mujeres del mundo conocido.
Luego sucedió lo de la maldición y lo del ataque a Yurn… Mi suerte cambió. En este mundo cuando no vas cuesta arriba, vas pendiente abajo. El dinero no sirvió para mantener a mis amigos, a mis mujeres… ni siquiera sirvió para ganar más dinero. Cuando caes en desgracia todo se vuelve contra ti. Si no me hubieran metido esas dos balas de plomo en la panza… Nadie sabe hasta dónde hubiera podido llegar.
Luego volví a tener dinero y suerte. Cuando acepté mi situación, las cosas comenzaron a irme mejor. Hice un par de negocios y de repente la gente volvió a aceptarme. Comencé a subir la cuesta otra vez. Con algunos kilos de menos, pero subiendo, al fin y al cabo.

domingo, 20 de mayo de 2007

Slon

Este pueblo de mierda donde vivo se llama Slon. Tiene entre 100 y 300 habitantes. No me he ocupado en contarlos. Una vez el alcalde me dijo que eran 500 pero el alcalde tiende a exagerar las cosas. Sobre todo cuando bebe, que es la mayor parte del tiempo que pasa despierto. Si te dice que un dragón volador de 15 metros devora a los campesinos de Farnia después de cocerlos con el fuego de sus fauces, puedes estar seguro de que es un mísero reptil de tres metros hasta la punta de la cola, que se ha comido la oveja de algún granjero tonto.
Para llegar a Slon, hay que subir durante cinco horas por un camino pedregoso y escarpado que no permite el paso de un carro. Eso después de dos días de viaje desde la ciudad de Trone, si es que a Trone se le puede llamar ciudad. Por eso aquí no viene nadie. Por eso he venido a vivir aquí. La mitad de sus habitantes es gente que quiere pasar inadvertida. El pueblo los mira con recelo al principio, pero termina aceptándolos.
A mí mismo, al principio me miraban con una mezcla de miedo y asco supersticioso, pero al final se han acostumbrado. Es lo que tienen los pueblos. Todo termina convirtiéndose en rutina. El primer día tuve que mostrar tres piezas de oro para que me dieran alojamiento y ahora el alcalde me invita a cenar y se troncha de la risa cuando la cerveza resbala entre mis costillas desnudas. Incluso ha llegado a insinuarme que su hija mayor, la gorda, es un muy buen partido para un hombre soltero de mi edad. Como si él fuera capaz de adivinar la edad que tengo.

Comienzo

Hoy me he despertado temprano. No eran ni siquiera las diez de la mañana y ya estaba aburrido. He pasado lista a todas las ocupaciones posibles. No me apetecía leer, ir a la taberna, escribir cartas, ni pasear por el campo. Menos aún trabajar. Ahora que tengo una posición desahogada puedo permitirme vivir sin trabajar. No voy a hacerlo sólo porque me aburro.
Me he preguntado ¿por qué no me hago un blog? Hoy todos tienen un blog.
Dicho y hecho.