La gente de Slon está muy orgullosa de su patria. Hacen alarde de su independencia de la cercana ciudad de Trone y del Imperio, sin pensar por un momento que Trone no es más que un grupo de cuatro casas, un templo y siete tabernas rodeadas por una empalizada de madera, el Imperio está demasiado lejos y que en Slon no hay nada que los Señores de Trone o el Emperador pudieran desear. Los de Trone tienen bastante con mantener la ciudad a salvo de las bandas de mercenarios o bandidos que recorren los campos, como para pensar en conquistar un pueblo perdido en lo alto de una montaña. En cuanto al Imperio, es poco probable que siquiera conozca su existencia.
Hace 200 años, en el monte donde se levanta Slon no vivían más que cabras montesas y yetis. La “patria” de los lugareños se reduce a una plaza, un par de calles, un caserón fortificado al que llaman “castillo”, y unas pocas tierras de cultivo entre la Roca del Sacrificio y el molino. Aún así no dejan de proclamar en todo momento, que son de aquí, que sus padres nacieron aquí, y creen que ese mero hecho los hace de alguna manera, mejores que el resto de los mortales. Algunos, como el tabernero de la Tasca del Elefante, suelen declarar rotundamente que en ningún lugar del mundo se vive como en Slon. El tabernero jamás ha salido del pueblo, pero su lógica es aplastante: “¿Para qué? ¿Dónde voy a estar tan bien como aquí?” suele responder.
Eso la mitad de mis vecinos, porque la otra mitad está compuesta por prófugos de la justicia, de la inquisición, víctimas de alguna maldición incurable, o simplemente gente hastiada del mundo que ha venido buscando la calma de un lugar donde nunca pasa nada. Estos se pasan el tiempo hablando de lo bien que vivían en su tierra, de lo frías que son las noches de invierno en Slon, de lo rancia y falta de ritmo que es la música de los lugareños, de lo insípida que es la comida local.
Stylus, por ejemplo, no hace más que decir que la cerveza de la Tasca del Elefante es la peor que ha bebido nunca y que en su tierra (creo que es de Zurnia, un pequeño reino que yo no sabría situar en el mapa) se fabrica una cerveza maravillosa, como no hay igual. Arkad, por su parte, a cada rato nos lee uno de sus aburridos poemas, en los cuales no deja de alabar las verdes praderas y el cielo azul de su país. Hay tres Vandonios, habituales de la Tasca, que todas las noches se emborrachan y no paran de cantar canciones de su tierra y cuando ya no logran hilvanar más de dos o tres palabras seguidas, comienzan a dar vivas a Vandonia hasta quedarse sin voz. Esperan infructuosamente que alguien les diga que Vandonia no es nada del otro mundo para liarse a puñetazos.
A veces siento la tentación de preguntarles a todos ellos: si su tierra es tan maravillosa ¿qué hacen viviendo en este pueblo perdido? ¿Por qué no regresan a disfrutar de su magnífica cerveza entre canciones de borrachos en las verdes praderas de sus respectivos países?
No soporto tanto patriotismo ni tanta tontería. Yo también podría presumir de patria, porque Zaleña es, en todos los sentidos, muy superior a Slon, a Zurnia, Vandonia y al país de verdes praderas de Arkad, sea el que fuere. Pero tanta sensiblería me parece de muy mal gusto.
Hace 200 años, en el monte donde se levanta Slon no vivían más que cabras montesas y yetis. La “patria” de los lugareños se reduce a una plaza, un par de calles, un caserón fortificado al que llaman “castillo”, y unas pocas tierras de cultivo entre la Roca del Sacrificio y el molino. Aún así no dejan de proclamar en todo momento, que son de aquí, que sus padres nacieron aquí, y creen que ese mero hecho los hace de alguna manera, mejores que el resto de los mortales. Algunos, como el tabernero de la Tasca del Elefante, suelen declarar rotundamente que en ningún lugar del mundo se vive como en Slon. El tabernero jamás ha salido del pueblo, pero su lógica es aplastante: “¿Para qué? ¿Dónde voy a estar tan bien como aquí?” suele responder.
Eso la mitad de mis vecinos, porque la otra mitad está compuesta por prófugos de la justicia, de la inquisición, víctimas de alguna maldición incurable, o simplemente gente hastiada del mundo que ha venido buscando la calma de un lugar donde nunca pasa nada. Estos se pasan el tiempo hablando de lo bien que vivían en su tierra, de lo frías que son las noches de invierno en Slon, de lo rancia y falta de ritmo que es la música de los lugareños, de lo insípida que es la comida local.
Stylus, por ejemplo, no hace más que decir que la cerveza de la Tasca del Elefante es la peor que ha bebido nunca y que en su tierra (creo que es de Zurnia, un pequeño reino que yo no sabría situar en el mapa) se fabrica una cerveza maravillosa, como no hay igual. Arkad, por su parte, a cada rato nos lee uno de sus aburridos poemas, en los cuales no deja de alabar las verdes praderas y el cielo azul de su país. Hay tres Vandonios, habituales de la Tasca, que todas las noches se emborrachan y no paran de cantar canciones de su tierra y cuando ya no logran hilvanar más de dos o tres palabras seguidas, comienzan a dar vivas a Vandonia hasta quedarse sin voz. Esperan infructuosamente que alguien les diga que Vandonia no es nada del otro mundo para liarse a puñetazos.
A veces siento la tentación de preguntarles a todos ellos: si su tierra es tan maravillosa ¿qué hacen viviendo en este pueblo perdido? ¿Por qué no regresan a disfrutar de su magnífica cerveza entre canciones de borrachos en las verdes praderas de sus respectivos países?
No soporto tanto patriotismo ni tanta tontería. Yo también podría presumir de patria, porque Zaleña es, en todos los sentidos, muy superior a Slon, a Zurnia, Vandonia y al país de verdes praderas de Arkad, sea el que fuere. Pero tanta sensiblería me parece de muy mal gusto.