Conocí a Adela cuando yo tenía diez años. Ella tenía catorce y había llegado desde el Continente para casarse con mi hermano Fernando de dieciséis. Recuerdo perfectamente el día en que la vi por primera vez. Había llevado a mi pequeña banda de niños a robar frutas a una plantación cercana al puerto. Volvíamos con nuestro botín por el camino que va del puerto a Castelvalverde cuando nos rebasó un carruaje custodiado por un nutrido grupo de soldados entre los que había, tanto uniformes de la guardia de mi padre, como colores extranjeros. A la cabeza cabalgaba Luciano, el jefe de la guardia, que, al verme al mando de mi grupo de niños, hizo un gesto de saludo, a medias entre ceremonioso y divertido.
La comitiva se perdió tras una curva del camino, pero unos minutos después volvimos a verlos. Se había roto un eje del carruaje y estaban esperando que trajeran otro desde el castillo. Luciano había enviado a uno de sus hombres a buscarlo. Del carruaje descendió una muchachita rubia y delgada, que miraba a su alrededor con una mezcla de curiosidad y timidez. A su lado, su gruesa dama de compañía, visiblemente nerviosa, la colmaba de atenciones. El jefe de la escolta de Adela hablaba excitado con Luciano, que trataba de calmarlo. El accidente le parecía provocado y sospechaba una traición. Nada más alejado a los intereses de mi padre, que necesitaba fortalecer la alianza comercial con el padre de Adela, el gran señor de una ciudad del Continente.
“Este es el hijo menor del Señor de Valverde” dijo Luciano cuando me vio llegar. “Puede acompañar a la Señorita Adela durante el resto del viaje”. Eso tranquilizó al jefe de la escolta. Luciano no arriesgaría la vida de un hijo de su señor. Así tuve que esperar a que arreglaran el carruaje y volver al castillo con Adela y su dama de compañía.
La verdad es que eso fue un contratiempo para mí. Rompía todos los planes que tenía. Mis amigos irían al río, estarían todo el día bañándose y comerían las frutas que habíamos robado. Protesté, amenacé a Luciano con quejarme a mi padre, pero todo fue en vano. Tuve que acompañar a la prometida de mi hermano y a su gorda sirvienta, que me miraba con desprecio, como a un pequeño salvaje incivilizado. Adela trató de ser amable conmigo, pero en ese momento la veía como la causa de todos mis problemas. Era una entrometida que me había estropeado el día y la odiaba con todas mis fuerzas. No podía imaginar cómo influiría esa chica en mi vida y las cosas que llegaría a hacer y padecer por su causa.
La comitiva se perdió tras una curva del camino, pero unos minutos después volvimos a verlos. Se había roto un eje del carruaje y estaban esperando que trajeran otro desde el castillo. Luciano había enviado a uno de sus hombres a buscarlo. Del carruaje descendió una muchachita rubia y delgada, que miraba a su alrededor con una mezcla de curiosidad y timidez. A su lado, su gruesa dama de compañía, visiblemente nerviosa, la colmaba de atenciones. El jefe de la escolta de Adela hablaba excitado con Luciano, que trataba de calmarlo. El accidente le parecía provocado y sospechaba una traición. Nada más alejado a los intereses de mi padre, que necesitaba fortalecer la alianza comercial con el padre de Adela, el gran señor de una ciudad del Continente.
“Este es el hijo menor del Señor de Valverde” dijo Luciano cuando me vio llegar. “Puede acompañar a la Señorita Adela durante el resto del viaje”. Eso tranquilizó al jefe de la escolta. Luciano no arriesgaría la vida de un hijo de su señor. Así tuve que esperar a que arreglaran el carruaje y volver al castillo con Adela y su dama de compañía.
La verdad es que eso fue un contratiempo para mí. Rompía todos los planes que tenía. Mis amigos irían al río, estarían todo el día bañándose y comerían las frutas que habíamos robado. Protesté, amenacé a Luciano con quejarme a mi padre, pero todo fue en vano. Tuve que acompañar a la prometida de mi hermano y a su gorda sirvienta, que me miraba con desprecio, como a un pequeño salvaje incivilizado. Adela trató de ser amable conmigo, pero en ese momento la veía como la causa de todos mis problemas. Era una entrometida que me había estropeado el día y la odiaba con todas mis fuerzas. No podía imaginar cómo influiría esa chica en mi vida y las cosas que llegaría a hacer y padecer por su causa.