domingo, 28 de octubre de 2007

Slon

En el idioma local, Slon significa elefante. No se me ocurría por qué le habían puesto ese nombre a un pueblo de montaña, donde seguramente jamás había habido un animal como ese, que además suele habitar climas más cálidos. Al mismo tiempo me resultaba curiosa tanta obsesión por los elefantes. La Tasca del Elefante, la Herrería del Elefante, la bandera que ondea en el ayuntamiento, la pequeña escultura de la fuente, el escudo de armas en el castillo del Hidalgo, las estatuillas en los jardines del pueblo, todo representaba o nombraba a ese animal. Incluso escuché hablar de un culto clandestino al Dios Elefante.
Al principio tuve curiosidad y pregunté sobre el origen de esa preferencia zoológica, pero nadie supo responderme. Luego me percaté que no preguntaba a las personas adecuadas. Stylus, Arkad y otros compañeros de taberna eran todos inmigrantes que desconocían la historia del lugar que habían elegido para vivir. Un día se me ocurrió preguntarle al Alcalde. Me contó una historia curiosa.
El pueblo había sido fundado hacía 200 años por un antepasado de Higg, actual Señor de Slon. Al parecer había sido expulsado de sus tierras después de una batalla y huía con los servidores que le quedaban. Entre los animales de tiro que había logrado salvar del desastre, había un elefante.
El Higg antepasado era un personaje algo bestia. En su huida hizo subir a su séquito, elefante incluido, a través de retorcidos caminos de montaña, difíciles de transitar hoy en día, aún para una mula. Nadie sabe cómo lo logró, el caso es que cuando llegó al sitio donde hoy se levanta su castillo, en lo que hoy es Slon, no pudo seguir adelante. El elefante se negó a continuar y no había forma de volver atrás. Así que Higg decidió levantar ahí su campamento. Construyó una especie de caserón fortificado, que los lugareños suelen llamar “castillo” y fundó el pueblo. La gente comenzó a llamarlo “El Pueblo Donde Se Detuvo El Elefante”. Con el tiempo, el nombre fue acortándose, hasta que terminó llamándose Slon a secas.
Un tiempo después el elefante murió, seguramente de frío o de aburrimiento. Hay pocas distracciones para un elefante en estas montañas. Pero la gente ya se había establecido en el lugar y lo inaccesible del sitio alejaba el temor de ataques de los enemigos de Higg.
Dicen que la cabeza disecada del elefante adorna el salón principal del castillo del Higg actual y es considerado el símbolo de su poder.

viernes, 19 de octubre de 2007

Me Fui de Vacaciones V

Mis vacaciones hubieran podido ser maravillosas. Las playas eran magníficas. El servicio inmejorable. La cerveza, suave y fría. Había chicas semidesnudas tomando el sol en las playas y bailando en las discotecas. El sol alejaba el frío de la noche, la brisa marina refrescaba los cuerpos por el día. Era el lugar perfecto para echarse a no hacer nada y deleitarse plenamente en el ocio y la vagancia...
Pero mis compañeros de viaje no me dejaron disfrutar de todas esas cosas. Se empeñaron en llevarme a lugares “de interés” que “había que ver”. Lugares que eran accesibles solo pasando por senderos agrestes y retorcidos. Lugares cuya visita no llevaba más de diez minutos, y sin embargo, para llegar a ellos empleábamos tres horas de camino.
Cualquier cosa que no fuera ir a ver “cosas nuevas”, era una pérdida de tiempo para el Herrero y los suyos. En lugar de descansar, estuve todo el tiempo de sobresalto en sobresalto. A la carrera porque nos perdíamos una representación teatral o una ceremonia que tenía doscientos años de historia.
Zirka terminó siendo tan familiar como Castelvalverde en mi niñez. Pero no logré descubrir las ventajas de los planes del Herrero sobre los míos. Encontré menos placer en todos esos días que en la primera mañana que pasamos tumbados en la playa.

sábado, 6 de octubre de 2007

Me fui de Vacaciones IV

Sólo pude disfrutar el primer día. Tengo que reconocer que echado al sol en aquella tumbona, sintiendo las caricias de la brisa marina, bebiendo y sin hacer nada, se estaba de maravilla. Pero al día siguiente el Herrero dijo que estaba bien perder el tiempo en la playa sin hacer nada.
“Vamos a ver la Torre Recta. Venir a Zirka y no ver la Torre es como no haber venido” declaró. Luego estuvo largo rato contándonos la historia de la Torre y su importancia arquitectónica. Al parecer, los habitantes del país son un desastre haciendo torres o cualquier otro tipo de edificios. Todas quedan inclinadas. Algunas tan inclinadas, que según dicen, tienen que poner los muebles en las paredes, y los cuadros en el suelo.
Sin embargo, el mayor edificio de Zirka, la Torre Recta, es extremadamente alto y vertical. Cuando se terminó, a los habitantes de Zirka, les pareció de mal gusto y poco práctica. Se sintieron estafados, burlados y ofendidos en su amor propio. Tanto que hicieron ejecutar al arquitecto Geronetto el Grande, que había sido contratado para construirla, no sin antes torturarlo públicamente durante varios días en la Plaza del Ayuntamiento, como parte de las fiestas de la ciudad.
Hoy en día, la Torre Recta es el orgullo de la ciudad y Geronetto tiene una estatua justo en el mismo lugar donde fue torturado, en la Plaza del Ayuntamiento. Los zirkanos suelen negar haber asesinado a Geronetto. Cuentan que lo hicieron agentes del vecino Imperio, llenos de envidia por la maravillosa torre que había construido para Zirka. Los más instruidos, saben que en la época en que se construyó la Torre, el Imperio aún no existía. Pero se justifican diciendo que eran otros tiempos y que la cultura de la gente era diferente. “Torturar personas en las fiestas era una tradición, una señal de identidad nacional” nos explicó el guía. “Incluso existía una raza de esclavos que eran criados expresamente para ser torturados y ejecutados públicamente. Ahora que esos usos están prohibidos, esa raza de seres nobles y abnegados ha desaparecido por completo.”
La excursión a la Torre incluía la subida al mirador que hay en su punto más alto. En condiciones normales jamás habría intentado subir a esa altura, pero una vez más, la opinión del Herrero se impuso. No quiso permitir que nadie se perdiera la experiencia, aunque Alfredus se escabulló en el último momento.
Trepamos por una empinada, estrecha, retorcida y oscura escalera de caracol. No tardé más de unos minutos en aburrirme de tantas vueltas. Si hubiera tenido estómago, habría vomitado. Me dolían todas las articulaciones. Las rótulas parecían querer separarse de sus habituales compañeros, tibias y fémures. No sé cuánto tardamos, pero me pareció interminable.
Al llegar arriba teníamos muy mal aspecto. Todos menos el Herrero qué exclamó: “¡Mirad qué paisaje! ¡Qué vistas tan hermosas!” Fuimos tras él. Más que nada, para que la brisa que venía del mar apaciguara un poco las nauseas y el mareo.
El Tonelero, con el rostro extremadamente pálido, se inclinó sobre el muro y sus tripas produjeron un sonido espeluznante. El viento arrastró su vómito para hacerlo caer sobre las cabezas de los asistentes al mercadillo que hay a los pies de la torre. Ni siquiera tuvimos ánimos para asomarnos a ver como los turistas gritaban improperios y amenazas de muerte. En otro momento hubiera sido un espectáculo muy divertido.