A pesar de ello, había un cierto “código” de honor infantil que impedía recurrir a los mayores para dirimir rencillas entre niños. Más de una vez tuve que defender mi posición de líder a golpes. No siempre salía bien librado de aquellas peleas. Pero poco a poco fui aprendiendo a utilizar mis puños, piernas, dientes y toda arma disponible. Aunque a veces, había huesos duros de roer. Uno de ellos era Marcelo.
Cuando cumplí ocho años, mi padre me regaló una pequeña espada. No una espada de juguete sino un arma verdadera. En realidad era una especie de puñal largo de acero brillante con empuñadura de nácar. Para mí era como una espada. Enseguida aprendí a usarla. Mi hermano Diego, sólo un año mayor, era mi maestro. Por las tardes me enseñaba todo lo que aprendía con sus profesores de esgrima. Mis amigos no vieron mi nueva espada hasta que aprendí a manejarla. Cuando me sentí seguro, aparecí en el grupo con mi arma a la cintura.
Marcelo era dos años mayor que yo, era el hijo de un caballero, súbdito de mi padre. El hecho de que no fuera un simple labriego hacía que tratara a los demás con arrogancia. Discutía conmigo el liderazgo del grupo de niños. Aunque su padre era pobre y no podía permitirse comprar una espada para su hijo, le enseñaba esgrima con una espada de roble que más de una vez le había servido para pegarme una paliza. Cuando me vio llegar con mi espada al cinto, en su funda, creyó que era un arma de juguete como la suya y comenzó a provocarme. Creía que me vencería fácilmente en un duelo gracias a su mayor tamaño y fuerza. Hice cómo si temiera pelear con él hasta que, dispuesto a pegarme una paliza, desenfundó su espada de madera.
Todos vieron que actué en defensa propia. Mi espada de acero de Cuerva cortó en dos la de mi contrincante. Me las arreglé para que el mismo golpe le cercenase la oreja izquierda. Desde ese día Marcelo dejó de molestarme. Su padre, temeroso del mío, envió a su hijo lejos de Valverde, a servir de escudero de un caballero del Rey.
Muchos años después volví a encontrarme con él. Pero esa es otra historia.