“¿Qué tenemos aquí? ¡Un pequeño espía! O más bien un ladronzuelo” dijo el Señor de Artoburgo. Los ojos le brillaron de un modo especial. Sentí que toda la ira y la impotencia que sentía en ese momento ante la actitud de su díscola hija se volvía hacia mí. La espada inició un movimiento hacia atrás, como para tomar impulso y asestar un tajo. Mi vida hubiera acabado en ese mismo momento y mi muerte hubiera sido muy diferente de no haber sido por el grito de Adela que paralizó la mano de su padre. “¡Es el hijo de Valverde!”
La espada detuvo su recorrido. La otra mano del hombre me agarró de las solapas. “Informaré a Valverde acerca del pequeño ladrón que ha criado en su seno.” De un rápido movimiento, aprendido en las muchas peleas que había tenido con adversarios más fuertes y grandes que yo, me libré de mi chaqueta, dejándola en sus manos. Con mi navaja en alto, retrocedí, acercándome cada vez más a la chimenea. “Necesito esta pluma para dirimir una deuda de honor” dije. “Os la pagaré. Pero si contáis a mi padre lo que habéis visto, yo contaré lo que he escuchado. Contaré que planeáis traicionar la promesa de dar vuestra hija en matrimonio a mi hermano. Y os advierto, que nadie ha llamado nunca ‘gordo’ a Fernando en presencia del Señor de Valverde.”
El padre de Adela bajo la espada. Creo que mi reacción lo había sorprendido y no tenía claro cómo actuar. De repente estalló en una carcajada. “Me gustas, mocoso” Dijo. “Si todos los hijos de Don Hernando de Valverde son de la misma pasta, Adela no se arrepentirá de haberse casado con uno de ellos, por muy gordo que esté. Ahora vete, no diré nada a tu padre. Pero recuerda que me debes un favor. Más tarde o más temprano te lo reclamaré.”
Esa noche, los chicos que habíamos estado en el desfile nos reunimos en uno de los patios del castillo, alrededor de la supuesta pluma de Ave Fénix. Eloy estaba algo nervioso. Yo lo tenía todo preparado. Había traído la pluma oculta debajo de la capa de terciopelo, que supuestamente estrenaría en la boda. Hice acercarse a Bartolo con una antorcha hasta el centro del corro. Con un rápido gesto saqué la pluma y la mostré a todos. “He arriesgado mi vida para traeros esta pluma” dije ante las miradas embelesadas del resto de los niños. “Cuando se deshaga en el fuego veréis que no es más que una pluma común y corriente.”
Lentamente acerqué la pluma a la antorcha. Se difundió un desagradable olor a quemado. La pluma se consumió hasta que no pude sujetarla más y sus cenizas cayeron al barro del patio. En un estudiado y teatral gesto, que fue mucho más teatral gracias al movimiento de mi capa, di media vuelta y me alejé sin mirar atrás. Los demás niños titubearon por un momento. Poco a poco fueron abandonando el círculo entre burlas y chanzas a Eloy. Este se quedó el último, mirando las cenizas de la pluma en el suelo.
Íbamos a salir del patio cuando escuchamos un grito. Nos volvimos a tiempo para ver como Eloy avanzaba llevando la pluma en alto. Una pluma que resplandecía con una luz ígnea, cada vez menos gris, cada vez más roja y brillante.
La espada detuvo su recorrido. La otra mano del hombre me agarró de las solapas. “Informaré a Valverde acerca del pequeño ladrón que ha criado en su seno.” De un rápido movimiento, aprendido en las muchas peleas que había tenido con adversarios más fuertes y grandes que yo, me libré de mi chaqueta, dejándola en sus manos. Con mi navaja en alto, retrocedí, acercándome cada vez más a la chimenea. “Necesito esta pluma para dirimir una deuda de honor” dije. “Os la pagaré. Pero si contáis a mi padre lo que habéis visto, yo contaré lo que he escuchado. Contaré que planeáis traicionar la promesa de dar vuestra hija en matrimonio a mi hermano. Y os advierto, que nadie ha llamado nunca ‘gordo’ a Fernando en presencia del Señor de Valverde.”
El padre de Adela bajo la espada. Creo que mi reacción lo había sorprendido y no tenía claro cómo actuar. De repente estalló en una carcajada. “Me gustas, mocoso” Dijo. “Si todos los hijos de Don Hernando de Valverde son de la misma pasta, Adela no se arrepentirá de haberse casado con uno de ellos, por muy gordo que esté. Ahora vete, no diré nada a tu padre. Pero recuerda que me debes un favor. Más tarde o más temprano te lo reclamaré.”
Esa noche, los chicos que habíamos estado en el desfile nos reunimos en uno de los patios del castillo, alrededor de la supuesta pluma de Ave Fénix. Eloy estaba algo nervioso. Yo lo tenía todo preparado. Había traído la pluma oculta debajo de la capa de terciopelo, que supuestamente estrenaría en la boda. Hice acercarse a Bartolo con una antorcha hasta el centro del corro. Con un rápido gesto saqué la pluma y la mostré a todos. “He arriesgado mi vida para traeros esta pluma” dije ante las miradas embelesadas del resto de los niños. “Cuando se deshaga en el fuego veréis que no es más que una pluma común y corriente.”
Lentamente acerqué la pluma a la antorcha. Se difundió un desagradable olor a quemado. La pluma se consumió hasta que no pude sujetarla más y sus cenizas cayeron al barro del patio. En un estudiado y teatral gesto, que fue mucho más teatral gracias al movimiento de mi capa, di media vuelta y me alejé sin mirar atrás. Los demás niños titubearon por un momento. Poco a poco fueron abandonando el círculo entre burlas y chanzas a Eloy. Este se quedó el último, mirando las cenizas de la pluma en el suelo.
Íbamos a salir del patio cuando escuchamos un grito. Nos volvimos a tiempo para ver como Eloy avanzaba llevando la pluma en alto. Una pluma que resplandecía con una luz ígnea, cada vez menos gris, cada vez más roja y brillante.