sábado, 29 de diciembre de 2007

Invierno en Slon

Es invierno en Slon. Todo está cubierto de nieve y los niños del pueblo salen a jugar con ella. Parece que no sienten el frío infernal que mantiene encerrados en sus casas al resto de los vecinos. Casi no ha amanecido del todo y los niños ya están en la calle, rompiendo la tranquilidad de la mañana con sus gritos, saltos, carreras y bolas de nieve volando de un lado a otro.
Nieve asquerosa que impide caminar y vuelve las aceras resbaladizas. Luego, cuando se derrite, todo queda sucio y mojado. No sé qué es lo que más me desagrada del invierno, la nieve o los niños.
El frío es otra de las cosas que no me gustan. Cuando estaba vivo, los abrigos guardaban el calor de mi cuerpo. Hacían el frío tolerable. Pero ahora mis huesos no generan calor y paso tanto frío con abrigo como sin él.
También están las fiestas. En Slon celebran las del Dios Cerdo. Creen que el Dios Cerdo envió a su sobrino Grisus a la tierra para redimir a los pecadores. Con tan mala pata que Grisus fue a aterrizar a una tribu de lagartos crestados caníbales Num. No es que los lagartos Num fueran especialmente crueles, pero Grisus tenía cara de cerdo y los lagartos tenían hambre. Así que lo cocinaron y se lo comieron. Esa es la razón por la que los cabezas de cerdo Arums y en general, todos los devotos del Dios Cerdo odian a los lagartos crestados de Num. Los acusan del martirio del sobrino de su Dios.
Pero las peculiaridades teológicas no es lo que me molesta de las festividades. Es el enfermizo antojo de exteriorizar bondad y afecto que todos manifiestan en esas fechas. Enemigos de toda la vida se hacen regalos, lloran y cantan abrazados en los bares. Maridos y esposas que no se soportan, se acurrucan al calor del fuego de las chimeneas. Si al menos el efecto fuera permanente. Pero pasadas las fiestas, vuelven a la greña.
El invierno en Slon es asqueroso y nunca me cansaré de decirlo.