miércoles, 16 de julio de 2008

Buscando a los ladrones (II)

Tres días después llegué a Trone. No me fue difícil dar con la pista. Los ladrones no tenían muchas opciones, pero llevaban ventaja: en Trone habían comprado caballos de pura sangre. Mi burro y yo no podíamos competir en velocidad.
No fue una persecución agradable. Tuvimos que dormir al raso para ahorrar el poco dinero que me quedaba. Despertaba con los huesos calados. Llevo muy mal la humedad y el frío nocturno. Una noche traté de dormir acurrucado junto a Jumento. pero fue peor: cambiaba de posición cada cinco minutos, y el olor a burro no se me quitó en varios días.
La pista me llevó a la ciudad de Zirka. Después de las pesquisas que había hecho en Trone, ya sabía dónde debía ir a buscar información. En la tercera taberna que visité tuve la suerte de encontrar a un conocido: Cirilo, un pequeño troll verde de los pantanos que había servido en mi compañía.
Durante los años que trabajamos juntos, Cirilo había demostrado ser un buen mercenario. Era valiente en el combate y muy hábil con las dagas. A la muerte de Ritcharg, se convirtió en mi lugarteniente. Como tal me juró fidelidad derramando su verde sangre sobre un pergamino repleto de ancestrales fórmulas cabalísticas. Luego, cuando la maldición cayó sobre mí, demostró esa fidelidad abandonándome a mi suerte.
Se veía que las cosas no le habían ido muy bien desde entonces. Vestía poco más que harapos. Incluso reconocí su raída chaquetilla de cuero, a pesar de que ya habían pasado algunos años desde nuestro último encuentro. Cuando entré a la tasca, discutía con el tabernero, que no quería fiarle una pinta de la cerveza más barata. Al principio se sintió un poco incómodo al verme, pero pagué su cerveza, y eso ayudó a que no corriera despavorido.
“Dos jóvenes con mucho dinero” dijo Cirilo. “Llegaron hace un par de días, buscando un barco que los llevara a Yirnia o Artoburgo. El primer día, casi regalaban el dinero: fiestas, chicas, pedían la bebida más cara y daban unas propinas estupendas. Pero ayer sólo se veía a uno de ellos, el moreno. Está hospedado en el Tiburón Cojo.”
El Tiburón Cojo está en el puerto de Zirka. Ahí se hospedan los marinos, contrabandistas, bandidos y gentuza de toda ralea. El dueño me dijo que Alfredus llevaba seis o siete horas sin salir de su habitación. Había pedido varias botellas de whiskey. Tan sólo unos minutos atrás, una de esas botellas, ya vacía, había estado a punto de romper la cabeza del chico que limpiaba las habitaciones.
Cuando Alfredus me vio entrar, se lanzó sobre mí con la espada que me había robado y me atravesó de un golpe. El tajo rasgó mi casaca y la camisa de seda que llevaba debajo. Alfredus me conocía, había pasado mucho tiempo sirviéndome. No sé por qué pensó que un golpe de espada entre mis costillas iba a hacerme algún daño. Quizás estaba demasiado borracho para razonar. Pero no lo suficiente como para no darse cuenta de lo afilado que estaba mi puñal, que ahora presionaba contra su cuello.

No hay comentarios: